Ayer afirmó el cardenal de Guadalajara que “Nomás digan que lo dicho, dicho y ya”. No es presidente municipal, diputado, senador, gobernador ni miembro del gabinete federal. Aún así, el cardenal de Guadalajara hace gala de una inmunidad -que no se sustenta en ningún precepto legal- para acusar públicamente que el jefe del Gobierno del Distrito Federal sobornó al más alto tribunal de México, sin aportar ninguna prueba de su dicho y sin titubeo para retractarse. La Constitución habla de la separación Iglesia-Estado en su artículo 130, existe una Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público que junto con otras disposiciones legales son flagrantemente trasgredidas por este y cualquier otro ministro de culto religioso que simplemente se “arme de huevos”.
Marcelo Ebrard, por su parte, se enganchó fácilmente en la provocación de Sandoval y cayó en su juego. La demanda del jefe del Gobierno del Distrito Federal será una más de esas metidas a la congeladora. No hay condiciones políticas para procesar al príncipe de la Iglesia Católica bajo un gobierno confesional. Al protagonizar en este pleito deliberadamente provocado por Juan Sandoval, el jefe del Gobierno saldrá raspado entre un sector del electorado que no milita en la izquierda, pero al cual deberá apelar si llegara a ser candidato, incluso si aspira a ser bien evaluado en las encuestas. Para nadie es un secreto que la Iglesia mantiene un enorme poder de influencia entre la población mexicana, en parte por eso gobierna el PAN. A los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) les correspondía proceder contra el purpurado, y a pesar de ser acusados públicamente de recibir soborno, sin ofrecer prueba, apenas lanzaron un exhorto de compromiso.
El desafío de Juan Sandoval es a las instituciones del Estado Mexicano; Ebrard, apenas el anzuelo para su demostración. El cardenal logrará su objetivo porque él bien sabe que ningún político del PAN o del PRI se echaría el trompo a la uña para tocarlo, ni con el pétalo de una rosa. Sandoval muestra el músculo y a la vez deja de manifiesto que este gobierno es dócil frente al poder económico y la capacidad de influencia de la Iglesia. México, siempre fiel. Para quienes comparten su credo, este asunto es una cuestión de fe y contra eso no hay argumento que valga. En cualquiera de los posibles desenlaces de este zafarrancho provocado con especial cálculo por él, Juan Sandoval gana: mártir de los pecadores, defensor de las buenas costumbres o valiente jerarca religioso.
Sandoval logró su objetivo al provocar este debate y enredar en él al jefe del Gobierno del Distrito Federal, uno de los principales precandidatos de la izquierda y seguramente su objetivo. Su paciencia terminó y como sabe que no hay en México ley a la que él deba someterse, trata de sentar un precedente para otros incautos políticos que pretendan desafiar a la santa madre Iglesia. Con quienes realmente hubiera podido situarse en riesgo –la SCJN- serán apenas cómodos espectadores en el desarrollo de esta singular esgrima.
Profesor investigador en la Universidad de Guadalajara
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