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jueves, 9 de septiembre de 2010

Veracruz: Flotan depresión y desasosiego

La desesperanza aumenta conforme pasan los días y ante la persistencia de las corrientes procedentes de la sierra oaxaqueña. En Villahermosa, los habitantes se alistan para el caudal que llegará hoy a los ríos

ALVARADO

Orlando Martínez llegó con los pies destrozados por los hongos, con profundas ojeras y una familia enferma a cuestas al albergue instalado en el Centro de Estudios Tecnológicos del Mar (Cetmar), a las afueras de este municipio. El martes temprano escuchó un reporte oficial que advertía sobre el incremento en el nivel del agua en Tlacotalpan. “Dijeron que subiría unos 30 centímetros, pero por la noche me asusté cuando vi que subió más del metro”, cuenta.

Por más de dos semanas, marinos y soldados trataron de persuadirlo para que desalojara su casa, en el centro del poblado, inundado por el desbordamiento del río Papaloapan. Rechazó la oferta más de seis ocasiones por miedo a que ladrones furtivos se llevaran el poco mobiliario que sobrevivió al agua. Su hija más pequeña, de un año, sufrió la peor parte. Los médicos la atendían ayer de laceraciones en su pie izquierdo y una infección estomacal que le produjo fiebre todos estos días.

Sus otros dos hijos, un adolescente y otra niña de siete años, resienten con igual intensidad la falta de sueño. Presentan agotamiento agudo. Las noches en el pueblo, que carece de electricidad y agua potable, son algo menos que un suplicio. “Imagina que sólo escuchas la corriente del agua o el ruido de las alimañas. A mi esposa le salió una culebra… Y todo está en penumbra. El miedo de morir ahogado nunca se te quita”, describe Martínez, quien jamás vio a nadie robarse las pertenencias de las casas abandonadas.

“Hasta uno llegan los rumores de los saqueos y con esa idea nos aguantamos todo lo que pudimos, hasta que anoche (martes) pensé que nuestras vidas corrían peligro. Entonces a mediodía (ayer), cuando pasaron los soldados les pedimos que nos trajeran al albergue. Aquí estamos, a la espera de ver cuándo podremos regresar”.

La idea de Martínez es la pesadilla de los más de 14 mil damnificados de Tlacotalpan y comunidades aledañas. Versiones sobre actos de rapiña se han manejado en los medios locales, sin mayor sustento. Unas mil personas decidieron quedarse hasta ayer en el poblado para custodiar sus casas y siguen allí los funcionarios municipales, incluida la policía, cuya vigilancia está reforzada por agentes estatales, soldados y marinos. Los sobrevuelos con helicópteros son constantes.

“No hay saqueos”

La agencia del Ministerio Público, que opera en esa cabecera municipal, investigó cuatro reportes de robo. Todas resultaron falsas. “A pesar de permanecer inundado, Tlacotalpan no está abandonado. Hay una agencia del Ministerio Público del estado y los marinos realizan rondines de manera constante. Nadie ha reportado ningún saqueo”, afirma Silvia Domínguez, secretaria estatal de Protección Civil.

El mismo diagnóstico ofrece Antonio Ferrari Casarín, subsecretario de Finanzas y Administración del gobierno del estado, quien coordina las acciones institucionales en Alvarado y Tlacotalpan.

“Queremos decirle a la gente que esté tranquila, que no hay saqueos. Hay coordinación plena entre autoridades locales y federales, y eso nos ha permitido estar sin ningún problema. No hay rapiña”.

Emociones a flor de piel

Orlando Martínez llegó al albergue demolido y con las manos vacías, pero sobre todo con profunda depresión. No sólo perdió su patrimonio, sino también quedó desempleado. “Todo lo que construí con tanto trabajo y esfuerzo lo he perdido. Me he quedado sin nada. Si me preguntas qué pudieron haberme robado, diría que nada, pero de cualquier manera te duele pensar que pueden llevarse esto que tanto te costó juntar, aunque ya no sirva”.

El Cetmar es el centro que concentra la mayor cantidad de damnificados, con 860 hasta ayer. La totalidad provienen de Tlacotalpan y, al llegar, durante los aguaceros del fin de semana, estaban impactados, primero por la sensación de pérdida absoluta de sus bienes, luego por el miedo de no hallarse con sus familiares y finalmente por la idea de que sus propiedades serían saqueadas. Con el tiempo, dice Irasema Álvarez, la coordinadora del albergue, han ido estabilizando sus emociones.

“Lo primero que debes aprender cuando operas un albergue de estas dimensiones, es saber administrar las emociones de quienes llegan, porque realmente vienen devastados. Por eso cada día sesionamos aquí lo que hemos llamado Comando de Inteligencia, en el que representantes de la Marina y el Ejército, las policías locales, personal del sistema de Salud, de Educación y de Protección Civil rinden un parte de hechos. Y hasta hoy nos tranquiliza saber que no hay pérdidas de vidas humanas ni robo en propiedades abandonadas en Tlacotalpan”, señala.

A poco más de 50 kilómetros, en Boca del Río, el albergue instalado en la Unidad Deportiva Leyes de Reforma, unos 120 damnificados del municipio de Tlacotalpan viven la misma zozobra que Orlando Martínez.

“Yo nada más estoy piense y piense que pueden robarme lo poquito que me quedó”, dice Marlén Cruz, una joven madre de familia que abandonó su casa en las inmediaciones del centro del poblado hace ocho días. “Quiero ir para ver si todavía tengo lo que se me quedó, pero no tengo dinero para pagarle al lanchero… Es que dicen que andan saqueando las casas”.

Como administrador de la unidad deportiva y encargado del albergue temporal, Carlos Vallejo recibe diariamente un reporte sobre el estado que guardan las zonas inundadas. En ninguno de ellos dice haber leído que existe rapiña. “Todo parece marchar bien, con saldo blanco y cero saqueos. Los soldados están resguardando la zona día y noche”, dice.

En Boca del Río y Veracruz están en operación otros dos albergues, ninguno con capacidad para atender a más de 200 personas. La mayor parte de quienes fueron desalojados hallaron acomodo con algunos familiares. Aún así, acuden diariamente al centro de acopio operado por el DIF estatal y algunas organizaciones de la sociedad civil en el World Trade Center.

Juan Francisco Mendoza Chacón es uno de los primeros desalojados de Tlacotalpan. En su casa, próxima a la plaza de Los Jarochos, el agua alcanzó 30 centímetros hace dos semanas, cuando decidió evacuarla. Pero ahora que ve los diarios y noticiarios de televisión, no tiene dudas sobre el destino de sus bienes. “El agua fácil llegó al metro y medio y seguramente ya no tengo nada que sirva”, se resigna.

Sin embargo, quiere volver. “Necesito ver si no han saqueado. La dejé bien atrancada, pero pues con la corriente alguna puerta o alguna ventana se ha de haber roto. Los vecinos que han llegado después que yo dicen que andan los soldados en las lanchas, pero pues a mí me han llegado rumores de que también andan otros con hachas y cuanta cosa quebrando puertas y robándose lo que hallan dentro”.

Familiares extraviados

Las pérdidas materiales marcan una parte del abatimiento. La otra lo hace la desinformación sobre el paradero de familiares damnificados.

Esperanza Cruz Moreno abandonó su casa en Tlacotalpan con los primeros derramamientos del río, hace un par de sábados. Cabeza de una familia de 15 miembros, encontró alojo primero en los albergues de Alvarado y después se repartieron entre tías y hermanos de Veracruz y Boca del Río. Desde entonces, sin embargo, no ha sabido nada sobre una de sus tías, vecina suya en el poblado.

“Se llama Aurelia Burela Martínez, tiene como 64 años. Está desaparecida. No sabemos nada de ella. Se quiso quedar en su casa para cuidarla y no sabemos si fueron a rescatarla el sábado o el domingo, que fue cuando se puso todo muy feo”, cuenta mientras hurga en una pequeña montaña de ropa usada en el centro de acopio del World Trade Center.

Familiares extraviados hay varios. En el albergue del Centro de Estudios Tecnológicos del Mar habilitaron la biblioteca para alojar allí a puros adultos mayores que llegaron solos. Con el paso de los días han sido localizados por sus hijos o nietos.

“Es que el sábado, cuando subió intempestivamente el nivel del agua en Tlacotalpan y las rancherías, el desalojo fue un caos. Las cosas realmente nos rebasaron a todos. Fue por eso que unos salieron por un lado y otros por el otro. Pero poco a poco se va alcanzando la normalidad”, dice Irasema Álvarez, la encargada del albergue.

http://www.eluniversal.com.mx/notas/707557.html

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