Frida fue el pincel de una feminidad mexicana plasmó su dolor, su crítica, su sentir, su enfado, su voz de mujer, que se asomó y levantó vuelo.
El 2 de julio de 1954 Carlos Monsiváis la miró en una marcha donde se vociferaba contra el golpe de Estado de la CIA en Guatemala, no se la esperaba así “no con ese distanciamiento ante el dolor ofrecido como hastío sublime”. La acompañaban Juan O’Gorman y Diego Rivera. Once días después, Frida Kahlo moriría en Coyoacán, dando paso a los miles de bocetos (opiniones, rumores e interpretaciones) que integran su mitología.
El año previo, en 1953, Frida, con todo y cama, llegó a su primera gran exposición en México en la Galería de Arte Contemporáneo. Relatan que contó chistes, cantó y bebió. Ese año le amputaron una de sus piernas debido a una infección de gangrena.
Frida era famosa. Si cerraba los ojos e iba en retrospectiva podía aludir a: su desempeño como profesora en la escuela La Esmeralda en DF, su viaje a París, la portada de la revista Vogue, su relación con León Trotsky, aquella separación en 1939 de Diego Rivera, su matrimonio con éste en 1929; su charla de surrealismo con André Bretón, su amistad con Tina Modotti, su primer autorretrato hecho en 1926 luego del accidente que sufrió el 17 de septiembre de 1925, su ingreso a la Escuela Nacional Preparatoria en 1922, las escenas de cuando tuvo poliomelitis en 1913, el recuerdo de su familia: su padre Guillermo Kahlo y su madre Matilde Calderón.
La pintora de 200 óleos, entre ellos sus autorretratos, que nació el 6 de julio de 1907 y gustaba los colores magenta, azul eléctrico y morado, quizá no imaginó que su obra, persona e imagen se convertirían en un mito-arquetipo-mercancía pretexto de: investigaciones de sus diarios, cuadros, guardarropa; películas como ‘Frida, naturaleza viva’ (1984) y ‘Frida’ (2002), la marca registrada en 2005 ‘Frida Kahlo corporation’, homenajes -incluidos los ‘Fridabuses’-, que la perfilan como la pintora “más taquillera del mundo” como dijo Mónica Meyer, luego de saberse que a su exposición en Bellas Artes a 100 años de su natalicio acudieron más de 400 mil personas.
Pero, los mitos se cuestionan. Hay quienes como Guadalupe Rivera, hija de Diego, ven en ella a una pintora “perezosa”; otros llegan a estar “hasta la coronilla de la Fridamanía” como Rafael Pérez Gay quien argumenta: “Nada hace más daño a un artista que la mitología”, y recuerda: “En alguna ocasión, hablando precisamente de artes plásticas, Octavio Paz afirmó que había que rescatar a algunos artistas de sus adoradores”.
Las posturas para significarla chocan, se enfrentan, se complementan. Cómo no va a ser así, si Frida, como dijo Monsiváis en uno de sus ensayos, fue “la creadora de un idioma único, que reelabora los lugares comunes y los traslada a esa atmósfera donde los coloquialismos hacen las veces de fuegos de artificios (...) y donde se crean los juegos del ingenio y el desenfado, las revelaciones del dolor y la indignación.”
Sí, Frida pintó, escribió, amó a Diego, lo acarició “como si Diego fuera un niño frágil y ella una madre recia”, según describió Jacobo Zabludovsky, quien a mediados de 1953 estuvo algunas mañanas en la Casa Azul para hacer un reportaje. Pero al mismo tiempo fue una mujer, “un vampiro visual con una gran habilidad para detectar lo importante en su entorno, apropiárselo y eternizarlo con nuevos significados” dijo Mónica Meyer en un texto publicado en EL UNIVERSAL en 2007.
Frida fue el pincel de una feminidad mexicana, plasmó su dolor, su crítica, su sentir, su enfado, su voz de mujer que, chiquita como paloma, se asomó y levantó vuelo lógico e ilógico, simple y mortal, de ahí la frase de Meyer a la que modifico un poquito: “Todo mundo quiere (y, agrego: mira, critica, admira u olvida) a Frida porque todo mundo (aunque no queriendo o no interese o se evada) es (puede ser) Frida”, pues, todos sentimos, nos sublimamos y pulimos el retablo que trazamos a diario, ¿o no?
http://www.eluniversal.com.mx/notas/723707.html
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