Radio www.oyemexico.com

martes, 20 de abril de 2010

Veracruz, nuevo hogar para 250 haitianos


Meses de trámites fallidos y filas en las embajadas para buscar salida de los campamentos y dejar atrás una ciudad en ruinas terminaron ayer al pie de la escalinata de un buque de guerra, que comenzó un periplo que terminará en un año.

El cántico creole se filtra entre los pasillos del navío Usumacinta. Pasa por las esclusas, los sollados, las cubiertas y sus paredes de metal.

“Oreywa Haití, oreywa. Nel Nanm nan rete (adiós Haití, adiós, mi cuerpo ya se va)”, canta un grupo de haitianos a manera de despedida, cuando los motores están en marcha, el barco vibra y una voz ha anunciado la inminente partida en los altavoces. Puerto Príncipe ya se ve al otro lado del mar, la idea de Veracruz, de México, como refugio temporal, toma forma.

No hay vuelta atrás. Meses de trámites fallidos y filas en las embajadas de buscar salida en los campamentos y escapar de entre los plásticos y los escombros de una ciudad caída terminan aquí al pie de una escalinata que lleva a un barco de guerra mexicano.

No todos contienen los nervios al embarcarse hacia México, en un viaje que en el papel durará un año, pero que quizá no tenga fecha de conclusión y que llevara a 250 haitianos a dejar el Caribe para reubicarse al otro lado del mar, como en su momento lo hicieron chilenos, guatemaltecos, españoles, argentinos y salvadoreños.

“Mi madre, mi padre, se quedan aquí, pero no hay nada en Haití para mí, muchos murieron. Me quedé sin trabajo. Quizá algún día regrese… pero no lo sé”, dice Petion Jean Wiluile, de apenas 20 años, integrante del grupo de damnificados que ayer, en secreto, abandonó Puerto Príncipe a bordo del Usumacinta de la Marina Mexicana para dirigirse a Veracruz.

Petion Jean Willule será recibida por su hermana estudiante del Instituto Politécnico Nacional, que pidió a la Secretaría de Gobernación asistirle mediante el programa de reunificación familiar del Instituto Nacional de Migración, uno de los pocos resquicios legales que quedan abiertos a quienes quieren escapar de Haití, hundido en una crisis social que se refleja a diario en carencias constantes.

—¿Qué sabes de México?

—Nada

—¿Sabes dónde está?

—No.

Sin realmente saber qué les espera, dejando prácticamente todo atrás, el grupo de refugiados —a los que el Instituto Nacional de Migración confirió en estatus de “visitantes por razones humanitarias” por espacio de un año— dejó Puerto Príncipe poco después de las 7:00 de la noche, casi exactamente después de 100 días de que el terremoto del 12 de enero destruyera la capital de Haití y dejara a buena parte de su población a la deriva.

Las reacciones ante la partida son mixtas. Algunos aplauden, indudablemente alegres.”Todos quieren dejar Haití”, sostiene Gabrielle, profesionista. Otros, algunos más, rezan en grupo, Biblia en mano “Dieu tout pouissant assistez-nous dans le voyage (Dios todo poderoso ayúdanos en el viaje)”, piden.

****

Siete de la mañana. La cita es al pie de la Tour 2004, una mole a medio construir a la que el depuesto gobierno de René Preval quiso hacer un símbolo nacional y que, desde hace varios años, permanece abandonada. Es una de las pocas estructuras intactas en Puerto Príncipe y sirve como punto de referencia para los refugiados que poco a poco se concentran en el sitio convenido.

Ocho camiones son enviados por el gobierno mexicano para transportarles hacia el muelle. Arriban unas 400 personas, 50 más de las esperadas. El secreto con el que se contaba se abrió de alguna manera, aunque afortunadamente de forma limitada. Pero el hecho es que la información se corrió entre algunos habitantes de los campamentos, desesperados por salir.

—¿Aquí sale la guagua para México? —pregunta un hombre con un niño en brazos.

Su nombre no está en la lista. Insiste. Un agente de migración le explica que no hay forma de subir al barco si no ha sido invitado por un familiar.

—¿Pero aquí sale la guagua?

“Hay quienes tratan de colarse, hacen de todo para engañarnos”, dice un agente migratorio mexicano que mira la escena. El aspirante a refugio se aleja llevando de la mano a un policía haitiano con el que trata de negociar su pase. Volverá. Sólo hasta la cuarta ocasión desistirá de su intento.

Para los que sí forman parte de la lista, las historias que quedan detrás son de sobrevivencia y terror. Jean Lois Michel trabajó hasta el 12 de enero como policía del Palacio Nacional, encargado de la protección del presidente René Preval.

En el terremoto su sargento murió aplastado justo frente a sus ojos. De milagro escapó con raspones y contusiones. Su esposa y bebé, por alguna razón, ya estaban en México y enviaron por él.

“México es un buen país. Creo que podemos hacer una buena vida allá”, dice.

Seis de la tarde. Todos a bordo.

Prestado por una cementera colombiana, mediante la intervención de Cemex, un puerto industrial —cuya ubicación fue mantenida en reserva hasta el final para evitar una estampida de damnificados— sirvió de último punto de partida para los refugiados que técnicamente no lo son, pero que para todo fin práctico en eso se han convertido.

La navegación tomará cinco días. Después de pasar cerca de cuba, doblarán hacia Yucatán, hasta atracar en Veracruz a las 7 de la mañana del sábado. Después serán transportados a la Ciudad de México, donde los recibirán sus familiares y amigos, encargados de ahora en adelante de su manutención. Y de ahí a dispersase en distintos puntos, a nuevos hogares, en un país que todavía no es suyo y del que la mayoría de las referencias que tienen son de telenovelas, algunas películas e historias de futbol.

Pero la realidad es que, para ellos y hasta nuevo aviso, la isla ya está en el pasado. El sismo se encargó de eso.

http://www.milenio.com/node/426155

No hay comentarios:

Publicar un comentario