Especialistas de la Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas (Adivac) aseguran que cualquier tipo de abuso sexual puede sanar.
Las secuelas sicológicas en menores pueden generalizarse, pero adoptarán rasgos característicos dependiendo de si el abuso provino de una figura de autoridad como puede ser un padre o de un sacerdote.
Sin embargo, para Pilar, la historia es otra.
“A mí me expropiaron la esperanza y la credibilidad en el ser humano”.
Asegura que 50 años de trabajo terapéutico no han sido suficientes para borrar esa escena de abuso sexual que sufrió por parte de un diácono cuando ella tenía apenas siete años.
Cientos de libros religiosos fueron los únicos testigos de la “perversidad” de esa persona que la arrinconó entre los estantes y se masturbó en su presencia a cambio de una caja de lápices de colores. “Desde que salí de la biblioteca me sentí sucia. Sabía que había cometido un pecado y se lo dije al padre”, en confesión previa a recibir su primera comunión.
“El sacerdote —continúa— me dijo muy serio y enojado ‘¿tú qué habrás hecho?’”. Esa acusación la hizo sentir que su cuerpo era el enemigo del alma. “Hay heridas que nunca sanan”.
Otro caso es el de Gloria, quien a sus seis años fue tocada por su papá de una manera diferente al meterser a bañar juntos en un baño público.
El acoso creció cuando ella llegó a la adolescencia. Durante ese periodo del abuso, Gloria se volvió introvertida para huir de su realidad. Se casó a los 20 años, tuvo dos hijos y hoy, a los 41 decidió acudir a Adivac para sanar las heridas que tras tantos hechos le dejó marcadas su padre.
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